miércoles, 21 de septiembre de 2011

Recodos


A la izquierda de la íntima placita, un arco invita a sumergirse en la quebrada y penumbrosa calleja, que discurre aprisionada entre dos casas señoriales: por la derecha, la austera espalda blanca de la de las Pavas –cuya portada renacentista se abre en el último tramo de Tomás Conde–, y por la izquierda la fachada de la deshabitada casa de Villaceballos, con sus muros de sillar y ladrillo, en los que se abren, de trecho en trecho, salientes ventanas protegidas por rejas y celosías. Son cincuenta pasos de embrujo que conviene recorrer sin prisa, apreciando cada esquina, cada arco, cada mínimo ensanche, cada perspectiva.

Tras el primer arco saluda al viajero la copa de un naranjo, que en primavera perfuma de azahar esta angostura. Hasta hace unos años se asomaba a este tramo una tahona, que inundaba la calle con el cálido aroma del pan recién hecho. Giro a la derecha. De trecho en trecho, arquitos de ladrillo soportan el empuje de los muros y crean hermosas perspectivas. Al fondo del segundo tramo un pétreo escudo de Córdoba empotrado en la cal recuerda dónde estamos. El grato silencio reinante sólo se ve alterado por los pasos de los escasos transeúntes sobre las losas de granito. Turistas extraviados se cruzan con vecinos del entorno que utilizan el callejón como atajo para ir de la zona de Fleming a la Judería o viceversa, lo que acaba desvaneciendo el misterio que la calle encierra.

Giro a la izquierda. Pone punto final a este itinerario seductor la portada barroca de la casa de los Villaceballos, cuya fábrica de ladrillo recuerda el patio principal del antiguo hospital del Cardenal Salazar; sobre la puerta adintelada, hoy tapiada, campea un escudo, y sobre él, un balcón coronado por frontón partido. Aún aguarda una última sorpresa: si el viajero eleva la vista en dirección a la calle Tomás Conde, verá asomar por encima de los tejados el campanario de la Catedral, que es como una brújula a la salida del laberinto.

Cuando Teodomiro Ramírez de Arellano paseó por aquí, era una calleja sin salida que respondía al nombre de Villaceballos, por la familia que habitaba la casa palaciega, que solían visitar "cuantas personas curiosas tienen noticia de la colección de lápidas romanas y árabes y otras muchas cosas notables que contiene".

Extraído de la Cordobapedia y a su vez de Rincones de Córdoba con encanto.

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