martes, 4 de marzo de 2008

La Cruz del Rastro.

Lo tomo prestado del blog Puerta de Osario; os animo a visitarlo como yo lo hago.

El pequeño e ignorado monumento que ha existido siempre al final de la calle de la Feria o de San Fernando, ya en la Ribera, tiene tras de sí una historia, que no leyenda, trágica y vergonzante.

Corría la Semana Santa del año 1473. El día 17 de abril, Jueves Santo, sin que haya acuerdo en esta fecha, la cofradía de la Caridad salió a la calle para celebrar su procesión. Eran buenos tiempos para sus cofrades, porque la reciente fundación del hospital de la Caridad en la plaza del Potro estaba a punto de ser avalada por los Reyes Católicos y acumulaba ya rentas y privilegios.

La comitiva iba pasando por las Herrerías, calle después conocida como Carrera del Puente y que discurre paralela a la Ribera hasta la Mezquita. En ese momento, una mujer dejó caer desde una ventana un montón de desperdicios sobre el manto de la Virgen. Rápidamente, y como resultado de las tensiones religiosas que se vivían en la Córdoba del siglo XV, se culpó del incidente a los judíos de la ciudad, surgiendo líderes espontáneos que llamaron a la venganza.

La multitud, mientras la imagen era recogida por los cofrades, se dispersó por la ciudad, entrando en las casas de las familias judías para matar, robar e incendiar, prolongándose el terror durante cuatro días. Columnas de humo se elevaban sobre Córdoba, especialmente en el llamado barrio de la Judería, símbolo de las envidias y odios acumulados durante siglos hacia la prosperidad de los sefardíes.

Al cuarto día, para poner fin a tanta violencia, el noble Alonso de Aguilar se dirigió al Rastro, hoy Ribera, donde el herrero de San Lorenzo Alonso Rodríguez arengaba a la gente. Allí volvió a estallar la tensión, cuando el paisano ignoró las peticiones de detener la persecución, enfrentándose los dos bandos y atravesando don Alonso de Aguilar al herrero con su lanza. Los partidarios del noble persiguieron a los alborotadores hasta San Francisco, donde se refugiaron.

Más calmados los ánimos, varios compañeros del fallecido llevaron su cadáver hasta su parroquia, donde se dispusieron a velarlo.

Un grito resonó en la iglesia de San Lorenzo en la mañana del día siguiente. El herrero había movido un brazo. Nunca se supo si había sido un movimiento provocado por su perro, que andaba por allí, o un signo divino, pero evidentemente se tomó como lo segundo. Y así, sintiendo justificado por los cielos el objetivo de su persecución, las masas retomaron su tarea de erradicación de las familias judías y conversas de la ciudad.

Don Alonso, algo harto ya de la ausencia de ley, reunió a sus hombres y salió al encuentro del grupo ahora comandado por el noble don Diego Aguayo, al que encontró en las cercanías de San Agustín. Pero esta vez no sólo no pudo convencerle u obligarle a que renunciara a seguir con su comportamiento, sino que se vio forzado a huir y a refugiarse en el Alcázar, desde cuyas torres pudo comprobar cómo segían ardiendo muchas casas de Córdoba. Acompañaban a don Alonso sus fieles, y también numerosos judíos que veían en su espada y en las piedras de la fortaleza su única posibilidad de salvar la vida en aquella ciudad enloquecida.

Sólo cuando la sed de venganza estaba saciada y el número de muertos era lo suficientemente alto, pudo salir del Alcázar el caballero con los suyos, ofreciendo el perdón a los sublevados, y conminando a los judíos a abandonar la ciudad, o bien a volver a ocupar su antiguo barrio propio, cerca de la puerta de Almodóvar.

Con gran arrepentimiento por considerarse el origen de tanto dolor, la hermandad de la Caridad decidió que nunca se olvidaran aquellos días. Para ello, colocó una lápida en el patio del convento de San Francisco, así como una cruz sobre un pedestal en el antiguo Rastro, en la Ribera.

Esta cruz fue barrida por el tiempo, recuperándose su memoria en 1814, cuando se colocó una nueva sobre dos arcos recién construidos al final de la calle de la Feria. Su derribo a causa de las obras del murallón, en 1852, hizo pensar que aquél había sido el último episodio de esta historia. Sin embargo, en 1927 se instaló la actual, que después de una reciente restauración continúa rememorando uno de los acontacimientos más tristes de los vividos por nuestra capital.

Gracias José Alberto por el blog que tienes y mantienes.